Por qué Israel Dejó de Ser el Pueblo de Dios

Por qué Israel dejó de ser el Pueblo de Dios (Image by Walkerssk from Pixabay)

Dios escogió un pueblo que nació desde su corazón. Pero un día Israel dejo de ser el Pueblo de Dios. Por qué? Lo veremos a continuación.

En medio de tanta maldad y perdición como había en el mundo, Dios creó a un pueblo especial, Israel, partiendo de un hombre justo, Abraham y su esposa Sara. Dios tenía grandes planes para este pueblo, porque era un pueblo nacido desde su corazón. Lo amó, lo cuidó y siempre de la mano lo llevó.

Le dio todo lo que un buen Padre a sus hijos sabe dar, y lo único que de ellos demandó siempre fue obediencia y fidelidad. ¿Pero qué pasó? Que este pueblo una y otra vez, por siglos se rebeló.

Dios fue bastante paciente con ellos, pues a pesar de su desobediencia Dios no los desamparaba. Él persistía en advertirles a través de los profetas, una y otra vez, que se arrepintieran y retomaran el camino, pero ellos no oían y jactándose de ser el pueblo escogido de Dios, se creían intocables de satanás.

Entonces colmaban la paciencia de Dios, y los tenía que castigar. Toda la historia de Israel fue así. Pecaban y desobedecían, entonces Dios quitaba sus bendiciones y protección, y se convertían en presa de satanás. Dios decía: “Esconderé de ellos mi rostro, y veré cuál será su fin, porque son una generación perversa, hijos e hijas infieles”, Deuteronomio 32:20.

Luego se arrepentían, pedían clemencia a Dios, El los perdonaba y caminaban derecho por un tiempo, hasta la siguiente caída. Una y otra vez siempre fue así (Salmo 78). Ellos no solamente se rebelaban contra Dios sino que mataban a sus profetas, hasta que finalmente mataron a Jesús el Hijo de Dios, y esta fue al fin, la gota que rebosó la copa, porque colmó la paciencia de Dios.

Es por eso que en Isaías 65:2 dice el Señor: “Extendí mis manos todo el día a un pueblo rebelde, el cual anda por caminos no buenos, y en pos de sus propios pensamientos”. Así pues., “Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es mi pueblo” (Deut. 32:21) , y “Llamaré Pueblo mío al que no era mi Pueblo” (Romanos 9:25).

Gracias a la rebeldía de los israelitas es que Dios abrió la puerta de la Salvación a los gentiles, es decir, a nosotros (Romanos 11:11). Porque Cristo inicialmente vino a salvarlos a ellos, ya que ellos eran el pueblo escogido, y Jesús vino a ser como la última carta de Dios para salvarlos.

Pero a Cristo lo rechazaron y lo mataron, y con eso declararon su miseria. Cuarenta años más tarde la ciudad de Jerusalén fue destruida, el templo quemado, y la gran mayoría de ellos asesinados. De los pocos que quedaron, algunos fueron llevados cautivos y los demás desterrados y repartidos por todo el mundo, sin tierra, y tristemente sin Dios.

Por qué Israel Dejó de Ser el Pueblo de Dios

Por todo lo anterior mencionado, Israel dejó de ser entonces el pueblo escogido de Dios; Israel fue castigado severamente, y perdió su exclusividad con Dios, y aunque hoy pueden todavía ser salvos, la condición es que tienen que reconocer a Cristo como el Mesías que vino a salvar, ya no solo a ellos, sino al mundo entero.

Así pues los judíos, aunque ya no tienen la exclusividad, tampoco han sido desechados por Dios, “porque el endurecimiento de ellos, es en parte hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles, pero luego, todo Israel será salvo”, según Romanos 11:25-26; porque dice en Isaías 59:20: “Vendrá de Sion el Libertador, que apartará a Jacob de la impiedad”. Y el apóstol Pablo agrega en Romanos 11:29: “Pues irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”.

Es por eso que hoy los cristianos no debemos ser arrogantes, creyéndonos más que ellos, porque si Dios no les perdonó a ellos su arrogancia (siendo el pueblo escogido), y nos abrió las puertas a nosotros, tampoco le pesará la mano para castigarnos y dejarnos por fuera de su gracia, si osamos ser arrogantes y presuntuosos.

Debemos por el contrario, vivir en gran mansedumbre y agradecimiento con Dios y en parte con ellos, porque gracias a su transgresión, Dios se fijó en nosotros. Cuidemos con temor y temblor tan preciado regalo que nos ha dado el Señor, para que un día no muy lejano, podamos ver cara a cara a Cristo, e irnos con Él al cielo por toda la eternidad.

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